Hannia Novell/Bitácora de guerra
Es populista, autoritario, demagogo. El perfecto dictador.
Fue elegido para hacer historia. Yo soy el bien, la
esperanza, asegura. Fascinado consigo mismo como un Mesías, promete encabezar
la búsqueda de la felicidad perdida.
Se hace llamar el “Presidente del Pueblo”, alejado de los
grupos de poder económico y de la élite de la alta sociedad. “Primero los
pobres”, dice. Por eso es que los
programas sociales son un legado, no es clientelismo. No se trata de comprar el voto, sino de
aliviar las necesidades de los más pobres, los olvidados.
Utiliza las emociones de la gente, su estado de ánimo, su
hartazgo y desesperación. No tiene adversarios; para él son enemigos y el
respetable le aplaude. Una crítica, un descuerdo, una exigencia es razón
suficiente para exhibir, para cuestionar el pasado y para poner en tela de
juicio la honorabilidad de mujeres, hombres e instituciones. La relación con
sus rivales es obtusa, una pugna constante, terca. El conflicto es una razón de
ser, de gobernar.
Reformista incansable. Es indispensable destruir lo que
hicieron otros, pues nada sirve. Es la hora de la revolución, de la
transformación. Unas veces es necesario derruir las críticas de los medios de
comunicación; luego hay que eliminar los candados de organizaciones sociales
que sirven a intereses ocultos; después hay que romper las redes del
imperialismo que, a través de las calificadoras financieras, insisten en marcar
escenarios desastrosos para la economía nacional.
Establece controles en los precios del mercado y multiplica
los programas asistencialistas, aunque ello implique el aumento desmedido de la
deuda. Es populismo puro, pero él
insiste en que se trata de pagar la deuda social que la burocracia dorada adquirió
durante décadas, con el pueblo.
Concentrador del poder en una sola persona. El proyecto de
Nación exige un liderazgo único, por lo que resulta innecesario el sistema de
pesos y contrapesos institucionales. A la oposición hay que corromperla o
deslegitimarla, para anular los obstáculos.
La militarización es el camino más corto para mantener el
orden. Los miembros del Ejército conocen
y viven la disciplina. Saben quién es el
jefe supremo, sólo a él le deben lealtad. Por esa obediencia es que merecen
estar al frente de la Guardia Nacional y controlar los aeropuertos.
Nicolás Maduro, el perfecto dictador. Es presidente de Venezuela desde 2013. En
plena campaña dijo que Hugo Chávez, quien meses antes murió víctima del cáncer,
se le apareció en forma de un pajarito chiquitico y lo bendijo para conducir el
destino de su pueblo.
En 2017, por órdenes de Maduro, el Tribunal Supremo
venezolano retiró los poderes a la Asamblea Nacional y asumió las competencias
del Poder Legislativo, lo que fue considerado como un golpe de Estado.
Los excesos de una política clientelar y asistencialista han
provocado una situación económica desastrosa: con una hiperinflación de 14 mil
por ciento, la producción y exportación petrolera colapsada, escasez de
alimentos y medicinas y un desempleo de casi 38 por ciento.
Detención y encarcelamientos de periodistas, lo cual ha sido
considerado como una muestra de la censura y represión que se vive en
Venezuela, tras días de turbulencia política.
El gobierno de Estados Unidos busca crear una coalición
internacional para la transferencia pacífica del poder de Nicolás Maduro a Juan
Guaidó, el líder opositor venezolano. Mientras Rusia advierte que evitará a
toda costa la intervención militar norteamericana. Maduro es el perfecto dictador.
Cualquier semejanza con la realidad de otro país, es mera coincidencia.